¿Qué vas a encontrar en este blog?

Este blog nace como un pequeño proyecto literario personal para que tengan un espacio los textos que a veces siento necesidad de escribir.
Espero que sirva como canal para encontrarnos con los lectores a los que les pueda interesar esta obra. Aquí estarán publicados los relatos sobre mi hermana Soraya Lanfranco, otros textos de todo tipo y la obra de mi padre, Carlos Alberto Lanfranco, quien me encargó que la publique, poco antes de morir.

El blog se llama Sorenado en homenaje a Soraya, que ya no está con nosotros. Sorenado es un término que ella inventó cuando era pequeña. Como esta iniciativa es acerca de palabras, me pareció apropiado para que la identifique.

Espero que les gusten los trabajos y nos hagan llegar sus impresiones a través de los comentarios. De esta manera lograrmos un ida y vuelta que enriquezca el contenido.

Germán Lanfranco

martes, 1 de septiembre de 2015

Nuestro amor por los libros - 8° Relato sobre Soraya


Los libros siempre ejercieron una fascinación mágica en nosotros. Tal vez porque convivimos con ellos desde la infancia. Algunos fueron muy especiales. Recuerdo que una vez recibimos tres libros de regalo. Uno para cada uno de los hermanos. Eran historias infantiles, aventuras fantásticas que nos hacían volar por mundos nuevos, aventuras llenas de color y de nobles enseñanzas.
“Aprendamos a contar” se llamaba el libro que a mi me habían regalado. El de Lorena, mi hermana, era una hermosa historia de un bichito de luz, que se quedó sin luz; mientras que a Soraya, la más pequeña de los tres, le había tocado un hermoso cuento: “Los pollitos que perdieron su voz”.
Teníamos, también, un ejemplar del libro “Las fábulas de Samaniego”, donde las páginas, con coloridas ilustraciones, acompañaban las enseñanzas populares rematadas con moralejas que nuestros padres nos leían con paciencia, cada vez que lo solicitábamos.
Por eso, cuando aprendimos, nos enamoramos de la lectura. Buscábamos cualquier momento para zambullirnos en las páginas de un libro y dejarnos llevar por el autor, montados en las poderosas alas de la imaginación.
Así, viajamos “De Los Apeninos a Los Andes”; lloramos escondidos con “Mi planta de Naranja Lima” o descubrimos que la gente come carne cruda “En el país de las sombras largas”.
¡Fueron muchos libros! tantos ¡que pobres! algunos, ya no los recuerdo.
Mientras fuimos niños, compartíamos el gusto y eso facilitaba un poco saciar nuestra sed de lectura. Cada tanto, alguien nos prestaba un ejemplar y entonces, nos organizábamos para leerlo por turnos. Aunque, a medida que progresábamos en nuestras capacidades lectoras, se dificultaba conseguir nuevos títulos, ya que el presupuesto familiar hacía difícil que pudiéramos comprarlos. Pero, un día, esa situación cambió ya que descubrimos algo maravilloso: la existencia de un lugar donde los libros se atesoran y se comparten.
—Chicos, los hice socios de la biblioteca del club. ¡Vengan a conocerla! —Nos dijo mi papá.
Y allí estábamos: Los tres hermanitos parados frente a un enorme mueble de madera, cuyas puertas, con ventanas de vidrio, dejaban ver estantes con cientos de libros. Cada uno de ellos, con un numerito pegado en el lomo.
Nuestro padre miraba con una sonrisa las caras de asombro que teníamos por ver tantos libros juntos. Dejó pasar entonces unos segundos y dirigiéndose a la secretaria, que también nos observaba, le dijo:
—Estos son mis hijos. Les gusta leer, pero en casa no tenemos tantos libros.
— Ahh ¡Muy bien! —Dijo la secretaria. —Eso no es problema, porque todos esos libros que están ahí abajo, son infantiles.
—Para Germán, llevaríamos alguno de aventuras —sugirió mi papá —Lorena, en cambio, es más soñadora — agregó, mirando a mi hermana.
—¿Y la más chiquita, también lee? — preguntó la secretaria.
—¡Claro, usted viera como lee! —respondió mi papá —Lee todas las revistas de historietas del hermano. Algunos libros, también.
—¡Muy bien! ¡Los felicito! Una familia de lectores. Elijan los libros y tienen quince días para devolverlos.
Así, nos sentamos en la mesa de la secretaría del club, con una pila de libros cada uno y nos pusimos a elegir cuál llevaríamos.
Creo recordar que los primeros que trajimos con Soraya y luego intercambiamos, fueron ejemplares de “El genio del bosque” de Monteiro Lobato y “La colina de los conejos” de Robert Lawson.
¡Qué gran iniciativa comunitaria: una biblioteca popular! Aquel modesto pero noble reducto, que nos brindó tantos libros en nuestra infancia, nos regaló mucho más que horas de esparcimiento. Permitió enriquecer nuestra mente y espíritu, nos hizo crecer como personas, desarrollar a límites insospechados la imaginación, a la vez que cultivó en nosotros la curiosidad y el deseo de aprender.
Pronto, quisimos tener nuestra propia biblioteca. Buscamos todos los libros que había en casa, tal vez unos veinte, contando el libro de Doña Petrona y los seis tomos del diccionario enciclopédico y los ubicamos uno al lado del otro, sobre una saliente que hacía la pared y servía de estante.
Con la biblioteca familiar instalada, cada día que pasaba encontrábamos algún nuevo criterio para ordenar los tomos. A veces, lo hacíamos por el tamaño; otras, en cambio, agrupándolos por el color o alfabéticamente; entre tantas posibilidades que se nos ocurrían.
Con la llegada de la adolescencia y luego la adultez, nuestro amor por los libros siguió intacto. Soraya, abrazó la Literatura como profesión, lo que la llevó a conocerlos íntimamente y formar su propia colección. Se que guardaba especialmente en su memoria y en su corazón muchos libros que le obsequiaron en tiempos de la secundaria, como premio por su desempeño académico.
Luego, vino su etapa como docente y ahora era ella, quien tenía la misión de acercar a los nuevos lectores al mágico mundo de los libros y las bibliotecas.
Cuando escribo esto, me gana la emoción y se me llenan los ojos de lágrimas. Vuelco las frases como si algo me diese la certeza de que todo es posible cuando se trata de palabras, ideas y sentimientos impresos en las páginas de la literatura. Me expreso con la ilusión de que esto te llega de algún modo, hermana. De la misma manera que tantas veces hemos llegado a mundos fantásticos o lejanos, gracias a la pluma de los autores.
Espero poder sembrar esa semilla, que alguna vez germinó en nosotros, en los pequeños que quedan. Intentaré llevarlo a cabo como entiendo que te hubiese gustado hacerlo a vos. Tal vez sea muy sencillo, cuando vean que una biblioteca, en el corazón de una escuela, late con tu nombre.

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