¿Qué vas a encontrar en este blog?

Este blog nace como un pequeño proyecto literario personal para que tengan un espacio los textos que a veces siento necesidad de escribir.
Espero que sirva como canal para encontrarnos con los lectores a los que les pueda interesar esta obra. Aquí estarán publicados los relatos sobre mi hermana Soraya Lanfranco, otros textos de todo tipo y la obra de mi padre, Carlos Alberto Lanfranco, quien me encargó que la publique, poco antes de morir.

El blog se llama Sorenado en homenaje a Soraya, que ya no está con nosotros. Sorenado es un término que ella inventó cuando era pequeña. Como esta iniciativa es acerca de palabras, me pareció apropiado para que la identifique.

Espero que les gusten los trabajos y nos hagan llegar sus impresiones a través de los comentarios. De esta manera lograrmos un ida y vuelta que enriquezca el contenido.

Germán Lanfranco

domingo, 29 de mayo de 2016

¡Miren que narices!

Relato escrito por Carlos Alberto Lanfranco en 2004.
En el largo andar por la vida he visto caras con toda clase de narices. Rostros agraciados cuya nariz armoniza sin llamar la atención, caras en que sus narices le dan un sello personal realzando la elegancia y el garbo, amén del carácter. También ví, narices feas, grandes y ganchudas, chatas, largas y puntudas, globosas y muchas con desagradables deformaciones.
En todos los tiempos quien portara una cara con una peculiar nariz, seguramente se haría acreedor de algún mote, aludiendo, claro está: a su apéndice nasal. Así, los apodos como loro, pato, chancho, zorro, muñeco o muñeca, lechuzón o lechuza, bruja, Pinocho y muchos más que se escapan a mi memoria, forman parte de los sobrenombres con que cariñosamente, o no tanto, la gente rebautiza a los mismos.
En el pasado conocí a dos hermanos, que con sendas y originales narices se hicieron acreedores ambos de curiosos apodos, apodos que solo podían caber en las ociosas mentes de los tranquilos habitantes suburbanos como eran sus vecinos y amigos. Ellos, con sus observaciones podían imaginar situaciones impensadas en los que vivían en grandes ciudades. Carlitos, el mayor, era un joven agraciado, simpático y elegante, sin embargo tenía como rasgo prominente una singular nariz, de tamaño normal, acorde a su cara, pero con una singular redondez en la punta, esa particularidad atraía la curiosidad de toda la gente. Yo no se desde cuando, pero desde siempre, desde que recuerdo, se lo conocía con el curioso apelativo de “el Martillo Bolita”, aludiendo a ese pequeño martillito que está en todas las cajas de herramientas de artesanos y aficionados
. El hermano menor de Carlitos, René, rubio, simpático y agradable como su hermano y como este tenía un apéndice nasal curioso, que también lo hizo acreedor de un ocurrente alias. Su pequeña nariz vermiforme, hizo que la picaresca popular lo rebautizara con el gracioso mote de: “Nariz Galope de Gusano”.
Ambos hermanos tenían un humor admirable y lejos de ofenderse por los feos, tanto como curiosos apelativos con que se los motejaba, se divertían y sacaban provechoso partido de esta situación, ya que les gustaba estar en el centro de la atención en las frecuentes reuniones a las que asistían y se apoyaban en sus peculiares narices y sus motes, para crear graciosas situaciones y así acrecentaban su popularidad día a día. “El Martillo Bolita”, tenía una camioneta utilitaria, un “Rastrojero” carrozado como furgón térmico. Con el mismo, se ganaba la vida repartiendo embutidos “al por mayor” y en las brillantes y plateadas chapas de la carrocería, había mandado a hacer una caricatura con su rostro en cada costado. En ella, una exagerada bolita roja en la nariz se destacaba como rasgo prominente. Impreso además, en grandes letras, lucía un logo con su peculiar apelativo: “Sustancias alimenticias El Martillo Bolita”. Con este nombre encabezaba sus facturas, talonarios de recibos y formularios de su pequeña empresa, amen de las tarjetas personales, que repartía graciosamente a todo aquel que se ponía ante él.
René, “El Galope de Gusano”, se recibió de Farmacéutico y se empleó en una farmacia de un pueblo vecino. Mientras tomaba experiencia en el ejercicio de su profesión, soñaba con instalar su propio negocio en su pueblo natal y a la vez extrañaba a sus muchas amistades, que debido a sus obligaciones, solo se podían reunir en escasas oportunidades. Los respetuosos clientes lo trataban protocolarmente como “el Dr. Fanetti”, ignorando totalmente el singular apelativo que distinguía al nóvel boticario y se intrigaban sobremanera al ver en las tarjetas personales de este: unos estilizados gusanitos pintados de dorado. Finalmente, René pudo instalar su soñada farmacia, justo al frente de su casa. Sus amigos de toda la vida eran ahora sus clientes.
En un hermoso local y con unos modernísimos muebles que adquirió mediante un crédito, estaba a punto de inaugurar su flamante botica. Yolanda, su novia, que además atendería la farmacia como dependiente junto a él, al ver el cartel que René había mandado a construir, se enojó con su novio y se opuso terminantemente a exhibir ese adefesio y no aceptó razonamientos, enojos ni súplicas del atónito farmacéutico y novio y “se mantuvo en sus trece”, tanto que lo obligó a rediseñar totalmente el letrero, argumentando que una cosa es vender chorizos o bondiola y muy otra es colgar un cartel tan ordinario como los de su hermano, con sus tontos apelativos. No le faltaba razón a la fina y delicada joven, ya que exhibir en un letrero: “Farmacia y perfumería, El Galope de Gusano de René Fanetti”, no le parecía atinado para un local que ella pretendía atender a la perfección y convertirlo en un modelo de seriedad.
Cambiado que fue el letrero por uno convencional y lumínico, la cosa se encarriló con gran suceso, no olvidemos la popularidad y las numerosas amistades con que contaba el flamante farmacéutico. Lo que tuvo que aceptar la fina dependiente y futura esposa del patrón, fue acostumbrarse, muy a su pesar, a que ahora nadie se dirigía a su novio como el Dr. o el Señor Farmacéutico, sino que tenía que escuchar permanentemente, los amistosos tanto como irrespetuosos: -¿está el Galope de Gusano? o ¿cómo andás, Galope?. Familiaridades que encantaban al joven y que tenía que tolerar con desagrado, su aristocrática noviecita...
CARLOS ALBERTO LANFRANCO. FOTOGRAFO.

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