¿Qué vas a encontrar en este blog?

Este blog nace como un pequeño proyecto literario personal para que tengan un espacio los textos que a veces siento necesidad de escribir.
Espero que sirva como canal para encontrarnos con los lectores a los que les pueda interesar esta obra. Aquí estarán publicados los relatos sobre mi hermana Soraya Lanfranco, otros textos de todo tipo y la obra de mi padre, Carlos Alberto Lanfranco, quien me encargó que la publique, poco antes de morir.

El blog se llama Sorenado en homenaje a Soraya, que ya no está con nosotros. Sorenado es un término que ella inventó cuando era pequeña. Como esta iniciativa es acerca de palabras, me pareció apropiado para que la identifique.

Espero que les gusten los trabajos y nos hagan llegar sus impresiones a través de los comentarios. De esta manera lograrmos un ida y vuelta que enriquezca el contenido.

Germán Lanfranco

martes, 6 de diciembre de 2016

Exordio

Relato escrito por Germán Lanfranco



Debía apurarse, la noche estaba por caer y Milton aún caminaba por la costa sin decidir el lugar donde hacer un alto, necesitaba un sitio seguro para esperar la nueva jornada. Tras él, una joven, visiblemente cansada y temerosa, lo seguía intentando no perder el ritmo de la marcha.

En un momento, al mirar hacia el mar, vieron la silueta fusiforme que flotaba a doscientos metros de la costa. El submarino destacaba claramente su contorno sobre la nube incendiada, el invierno nuclear avanzaba inexorable sobre el horizonte amenazando con cobrar sus vidas.

Procurando mirar, sin que los detecten los tripulantes de la nave, dejaron caer sus cuerpos al suelo. Así, permanecieron un rato expectantes.

—Te advertí que te quedaras con tu gente en el campamento —le reprochó Milton a la muchacha que apenas había conocido unas horas atrás.

Por toda respuesta, Mara se acurrucó junto a Milton, quien, al sentir el contacto ávido de protección de la joven, le recordó su propia inseguridad. Entonces, la tensión de los últimos días pudo más que él y allí, presa del desaliento, su espíritu zucumbió al llanto. Las lágrimas brotaron impetuosas en los ojos masculinos; su boca, en tanto, libró una batalla perdida ante el aire que no sabía si entrar o salir de los pulmones; la garganta, por su parte, profirió una interminable sucesión de lastimosos sonidos entrecortados. Su virilidad quedó reducida a la estampa de un pobre niño desconsolado.

Poco le importó a Mara la presencia del submarino y el riesgo que eso podía implicar para ellos. Tampoco tuvo en cuenta que hacía sólo tres días que había perdido a todos sus afectos, o que el mundo había cambiado de golpe por una cadena de sucesos que no alcanzaba a comprender en detalle; aunque sabía que el fenómeno de la antipolítica, que se propagó por el planeta instalando a líderes de dudosa capacidad en las superpotencias había roto el frágil orden internacional que imperaba, desatando la peor pesadilla bélica desde Hiroshima y Nagasaki. En ese contexto, el valor que suelen mostrar las mujeres en los momentos límites empezó a guiar su mente y su corazón. Apiadada, cubrió maternalmente al abatido joven con su propia humanidad. Momentos antes lo consideraba su única oportunidad de salvación; ahora, ella velaba por los dos.

Atrás quedaron los recuerdos de tiempos mejores, los cuerpos entrelazados en la arena empezaron a serpentear al son del calor que brinda el amor espontáneo. Los labios, de igual modo, sellaron aquella entrega pasional y demente completamente rendidos a la lujuria más primitiva y ancestral. Así, ambos fundieron sus instintos en una rebelión que desafiaba, sin pudor, a los cientos de rayos del horizonte: constituidos en una madeja de luces que ningún poeta había imaginado jamás.
La mañana nunca llegó. El paso de las horas trajo finalmente a la nube de polvo que ya cubría toda la atmósfera superior, instalando una noche que duraría meses, según las predicciones de los científicos. De tal modo, concluían, moriría prácticamente toda forma de vida, antes de que el planeta logre purgar ese manto siniestro.

Con la desaparición del submarino, Milton y Mara emprendieron su viaje nuevamente. Esta vez, en medio de la oscuridad, él la llevaba de la mano.

En este lugar, al igual que muchos siglos atrás, sobre las planicies africanas, la esperanza de la especie humana  iniciaba su derrotero dejando dos pares de huellas sobre la arena.

Tras el fragor del encuentro de la carne, el deseo de sobrevivir había renacido en las almas de Milton y Mara: lucharían por ello con todo su ser, personificando el preámbulo de un nuevo giro en la trama de la civilización. Sin embargo, el tiempo conspiraba en contra de sus aspiraciones, el frío glacial reinaría pronto en todas partes y su única oportunidad yacía en los refugios improvisados en los viejos túneles del metro de la ciudad.


La pareja contaba con pocas horas para llegar a su destino. Tendrían de esa manera, si lo lograban, la responsabilidad de empezar a escribir de nuevo: la historia de la humanidad.

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