¿Qué vas a encontrar en este blog?

Este blog nace como un pequeño proyecto literario personal para que tengan un espacio los textos que a veces siento necesidad de escribir.
Espero que sirva como canal para encontrarnos con los lectores a los que les pueda interesar esta obra. Aquí estarán publicados los relatos sobre mi hermana Soraya Lanfranco, otros textos de todo tipo y la obra de mi padre, Carlos Alberto Lanfranco, quien me encargó que la publique, poco antes de morir.

El blog se llama Sorenado en homenaje a Soraya, que ya no está con nosotros. Sorenado es un término que ella inventó cuando era pequeña. Como esta iniciativa es acerca de palabras, me pareció apropiado para que la identifique.

Espero que les gusten los trabajos y nos hagan llegar sus impresiones a través de los comentarios. De esta manera lograrmos un ida y vuelta que enriquezca el contenido.

Germán Lanfranco

miércoles, 29 de abril de 2015

Resiliencia - 4° Relato sobre Soraya.

Era la cuarta o quinta vez que lo intentaba. Soltaba una de las manos del manubrio de la bicicleta y, mientras mantenía el equilibrio, intentaba soltar la otra. Pero siempre perdía el control y debía aferrase rápidamente, otra vez, para no caerse.
"Soy una tonta" pensaba. "Salí abanderada del colegio y no soy capaz de andar en bici sin soltar las manos".

Entonces recordaba cuando de pequeña se propuso aprender a andar en bicicleta. Vivían en el Trébol, Santa Fe. Se acercaba el día de los reyes magos y sus padres les dijeron que había un regalo para los tres hermanitos, que debían compartirlo.
Un cliente del negocio de fotografía, que tenía la familia, entregaba una pequeña bicicleta usada como parte de pago por las fotos de un casamiento.
Esta pequeña bici causó el deleite de los hermanos durante muchas tardes. Primero andaban con las ruedas de apoyo, pero luego se las sacaron. Eso la complicó a ella. Por ser la menor, le costaba alcanzar los pedales y mantener el equilibrio. Entonces tuvo que conformarse con ver disfrutar a sus hermanos más grandes o esperar a que la sostengan para andar un poco. Por eso, se propuso que aprendería a andar sin las rueditas lo antes posible. También se propuso aprender a andar en bicicleta soltando las manos, como lo hacía su hermano Germán.

-------------------- II --------------------

— Cinco a uno. —me dijo mi sobrino con su voz de niño, mientras gritaba y reía eufórico. Acababa de convertirme un nuevo tanto en el metegol. El pequeño juguete estaba en el garaje de su casa y allí estábamos, jugando desde hacía un largo rato.

Mientras lo veía reírse me preguntaba, una vez más, cómo haríamos para llevar adelante esa situación. La risa de un niño de cinco años es hermosa, pero ésta, era eufórica y compulsiva.

Desde que faltaba su mamá, se negaba a hablar o a escuchar de ella. Incluso no quería recibir cariño de nadie. Estaba todo el día jugando con energía sobrehumana. Tampoco paraba de hablar en voz alta y reírse.

Volví a intentar concentrarme en el juego del metegol, cuando un molinete, que hice sin querer, terminó metiendo la pelota en el arco contrario.

— ¡Tío, molinete no vale! —me reclamó y agregó— Ahora vamos cinco a dos.

Maldiciéndome por lo torpe de mi jugada, miré una foto de mi hermana en un porta retrato. Estaba con una bicicleta de señora con un canastito y un pantalón suelto. Era una fotografía informal tomada por mi cuñado, un par de años atrás.

— ¡Guarda, Tío, que saco! —me advirtió mi sobrino que estaba por tirar la pelotita.

Le hubiera preguntado por la bici de la foto, si aún la tenían. Sé que a veces mi hermana la usaba para andar con los chicos por las calles del pueblo. Pero como no quería que se tape los oídos, como cada vez que la mencionábamos, me contuve de hacerlo.

— Tío, no hagas más molinete. —me dijo mientras soltaba la pelota que cayó y quedó inmóvil en un sector que no era alcanzado por ninguno de los jugadores.

— Es que el molinte me salió sin querer. —le dije excusándome y agregué— ¡Nunca aprendí a jugar al metegol!

-------------------- III --------------------

La magnitud del evento era tan grande, tan apocalípticamente irreal e inesperado, que automáticamente se puso en marcha un protocolo de emergencia, gestado en algún momento ancestral de la historia. El objetivo del mismo era proteger la integridad de lo que quedaba, borrando todos los archivos y evitando el ingreso de nueva información relacionada. No era necesario que se entienda como funcionaba. Sólo se ponía en marcha y evitaba la generación de más dolor del que ya había.

Para garantizar la ejecución del protocolo, éste establecía que el mando compartido quedara bajo la órbita de una sola de las áreas ejecutivas: la más dura, que era a su vez, la más fría y racional. Así fue entonces cómo, una vez puesto en marcha, el alto mando que quedó a cargo empezó a ejecutar el protocolo impiadosamente. Nada se escapó a su intervención. Cada posible frase que se pudiera pronunciar, cada destello de imagen, sonido o aroma que remitiera a las vivencias anteriores al Apocalipsis, se censuraba sin condición. El mecanismo de defensa instaurado por el protocolo regente extendió su dominio de forma contundente, inapelable.

Para garantizar su éxito, el protocolo consideraba reglas sencillas que establecían claramente lo que se debía hacer: sepultar todos los recuerdos, evitar abordar el pasado.

Lo que no dejaba claro el mecanismo de defensa, era por cuánto tiempo debía operar. Tal vez para siempre. Nadie lo sabía.

Por su parte, el mando que cedió su potestad compartida, fue el más afectado por el Apocalipsis y perdió todas las fuerzas en un primer momento. Pero luego, tras ver cómo se empezaban a enterrar tantos tesoros del pasado, encontró valor en la desesperación y se presentó ante el poder central.

— Vengo a pedir que se detenga ésto. No es bueno enterrar el pasado, no es justo. —dijo con tristeza pero convencido, ante el nuevo régimen que gobernaba en los últimos días.

— No puedes hablar aquí, ya no tienes voz. —Fue la fría respuesta que obtuvo.

— Pero estábamos aprendiendo a decidir en conjunto ¿Por qué dices que ya no tengo voz? —Preguntó insistiendo.

— ¡Mírate, tienes un enorme agujero en el centro!¡Estás destruído! —le respondieron despectivamente— ¿Cómo te atreves a presentarte así y pretender compartir la toma de decisiones? ¿Quién te crees que eres?

— Soy el corazón —dijo latiendo con firmeza— y a partir de este momento recupero mi lugar, para preservar los recuerdos más valiosos de nuestra vida y aprender a vivir con ellos.

Ante la firmeza de las palabras, el poder central empezó a dudar e intentó con un nuevo argumento:

— ¡No podrás! ¡Estás roto y eres muy pequeño, tienes sólo cinco años!

Totalmente decidido, el corazoncito se arrodilló, extrajo un recuerdo que estaban por enterrar y vio el rostro de una bella mujer. Cambió la perspectiva y se vio como un niño con rulitos, un niño muy pequeño sobre una bicicleta infantil. A la escena la completaba la mujer, su mamá, que lo ayudaba a recorrer los primeros metros mientras lo sostenía en la bici con rueditas de apoyo y le decía:

— ¡Muy bien, Valentín!

-------------------- IV --------------------

Los ojitos brillaron vivamente con una luz que hacía varios días que no veía. Dejó la atención del metegol un momento y me dijo:

— ¿Nunca aprendiste a jugar al metegol, Tío?

— No —le respondí.

— Mi mamá, me dijo que ella nunca aprendió a andar en bici con los brazos abiertos.

Sorprendido, porque nombró a su mamá después de varios días que evitaba hablar de ella, intenté que no se note mi conmoción y busqué seguir la charla con naturalidad para no sobresaltarlo.

— ¡Mirá vos! —le dije— ¿Cuándo te contó eso?

— Un día, que me enseñaba a andar en la bicicletita.

Tenía ganas de llorar de felicidad. Comprendí que a su modo estaba procesando lo sucedido y que su corazón, junto a su mente, encontrarían la forma de recordar a su mamá con amor y naturalidad.
Me permití entonces una sonrisa pensando en lo tonto de la información que me acababa de dar: Su mamá nunca había aprendido a andar en bicicleta con los brazos abiertos, como volando. Tal vez ahora, libre como el viento, esté aprendiendo a hacerlo.

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