¿Qué vas a encontrar en este blog?

Este blog nace como un pequeño proyecto literario personal para que tengan un espacio los textos que a veces siento necesidad de escribir.
Espero que sirva como canal para encontrarnos con los lectores a los que les pueda interesar esta obra. Aquí estarán publicados los relatos sobre mi hermana Soraya Lanfranco, otros textos de todo tipo y la obra de mi padre, Carlos Alberto Lanfranco, quien me encargó que la publique, poco antes de morir.

El blog se llama Sorenado en homenaje a Soraya, que ya no está con nosotros. Sorenado es un término que ella inventó cuando era pequeña. Como esta iniciativa es acerca de palabras, me pareció apropiado para que la identifique.

Espero que les gusten los trabajos y nos hagan llegar sus impresiones a través de los comentarios. De esta manera lograrmos un ida y vuelta que enriquezca el contenido.

Germán Lanfranco

domingo, 1 de noviembre de 2015

Tambo

 Escrito por Carlos Alberto Lanfranco en el año 2004.









TAMBO.
La mayoría de las personas en el mundo que se enfrentan en el desayuno a una taza de leche o a alguno de sus diversos derivados, ignoran lo dificultoso tanto como tedioso es el primer paso de la elaboración de los productos lácteos.
Actualmente con los tambos modelos y la moderna tecnología se facilita en parte la tarea, pero sigue demandando de los operarios el sacrificio de los trescientos sesenta y cinco días del año y en algunos casos efectuando dos “ordeñes”, (uno cada doce horas),a la madrugada y a las primeras horas de la tarde. Este régimen de vida les demanda horarios desusados y una particular manera de vivir, en relación con los demás miembros de la comunidad.
De los tambos de antaño (todavía perduran algunos), a los tiempos actuales en que son verdaderos laboratorios; ha pasado mucha leche por los pesados tachos con capacidad para cincuenta litros, ahora han sido reemplazados camiones térmicos que recorren todos los establecimientos de la “cuenca lechera”, tal como se la ha dado en llamar pomposamente a cada región donde predominan los tambos. A estos últimos y (muy modernos): solo los he visto mediante algunos programas de televisión, los de ordeñes a mano o de primitivas ordeñadoras mecánicas, los pude conocer y frecuentar hace ya treinta y cinco o cuarenta años atrás, en las chacras de los muchos amigos que tenía en aquellos tiempos.
Quiero en nombre de la familia Carlossi, recordarlos a todos. Los Carlossi, como familia numerosa que era y comandados por Higinio, el padre, que les administraba el dinero y les organizaba equitativamente sus obligaciones, podían gozar de ventajas que otras familias de tamberos no contaban, sus seis hijos todos operarios, contaban con un día de franco por semana cada uno. Por esas ventajas y la armonía que imponía el padre, trabajaban con comodidad, alegría y sobrada eficacia, ganando ellos buen dinero y también su patrón: el Señor Quintanejoz, que además le proporcionaba constantes mejoras en las instalaciones y en la vivienda misma.
Higinio Carlossi era un “gordo afable”, siempre que visitamos su tambo lo encontramos de buen humor, hacía ya varios años que no trabajaba, su función era dirigir a sus seis hijos, dos muchachas rubias voluminosas y tímidas, que no se diferenciaban mucho de su madre en su manera de vestir y de conducirse, sólo que ellas “atacaban” las tareas del tambo con una admirable “vigorosidad” rutinaria, a la par de sus cuatro hermanos, “rústicos pero bonachones”. La madre, (muy joven), se comunicaba con los visitantes solo con monosílabos y tímidas y medidas sonrisas, personalmente nunca le escuché decir una frase completa, por el contrario Carlossi (su marido), mucho mayor que ella, esperaba a sus visitas para dar rienda suelta a su simpática verborragia.
Higinio tenía una fea secuela en la cara y la boca, fruto de un desafortunado accidente, que no le impedía comer y beber cuanto le apetecía, que siempre era mucho. Sus labios remendados sin el auxilio de la cirugía estética, le dificultaba la correcta pronunciación de las palabras, la pe la pronunciaba como te, y así decía “trontada” en lugar de trompada o “tatadas” en lugar de patadas, causando mucha gracia en quienes escuchábamos.
Genobio el mayor de sus hijos, solo le faltaba la cicatriz para ser “un clon” de su padre, había adquirido los modales y vicios del mismo, tanto que costaba diferenciarlos. En honor a la verdad, acotaré que trabajaba como nadie, incluso los días que le correspondía su merecido descanso, ya que su vida social fuera de su “hábitat” era nula.
Paulino, el menor de los hermanos, era “rechoncho” y muy parecido al “retraído” de Genobio, solo que el jovencito era simpático y bromista, (es un “tuete”, por decir un “cuete”, según el particular modo de pronunciar de su padre). En los acostumbrados partidos de fútbol que se organizaban los días domingos en un potrerito que había en su campo, Paulino descollaba, mostrando habilidad y picardía además de agilidad y velocidad, impropias de su estampa “de barril con patas”, tal como se lo endilgaban para molestarlo sus amigos y hermanos.
Ricardo, el único de cabellos castaños, (ya que toda la familia lucía llamativos pelos rubios). Lo apodábamos “Pamperito” por el caballito de “Paturuzito”, por que nadie quería enfrentarse con él en “los picados” dada su rudeza, chocar con él era como embestir a un caballo.
Osvaldo, alto e increíblemente delgado, llamativamente blanca su piel que con los pequeños pantaloncitos de fútbol, además usaba medias cortitas y oscuras y alpargatas de yute, jugaba mostrando una desgarbada figura con largas y blanquísimas piernas, lo que le hizo merecer el apodo de “Ratín”, aquel flaco, desmañado y querido ídolo de Boca Juniors.
Mientras se disputaban los fragorosos encuentros, Higinio entretenía a los escasos espectadores que presenciaban el partido tras los alambrados, contándoles anécdotas e instándolos a beber de boca en boca de una gran jarra enlozada, conteniendo “frescas sangrías” o “porrones con cerveza”.
Al tiempo que los jóvenes se divertían con el fútbol, sus hermanas (“capitaneadas” por Genobio) se calzaban largas botas, se vestían con gastadas prendas y con un banquito de una sola pata atado a sus “asentaderas”, “atacaban” las tetas de las cuarenta y pico de mansas “lecheras”, estas una a una dentro de un ruidoso concierto de mugidos y bramidos, iban acudiendo con calma cuando se las llamaba a una por una por su nombre. Los “guachos”, tal como se denomina a los terneros del tambo, también acuden presurosos al oír el nombre de su madre y se “prenden” con desesperación a los pezones, solo se les permite mamar un ratito, el tiempo suficiente para que la vaca “afloje” la leche, estas tras ser ordeñadas se sueltan por un par de horas junto a sus terneros, que rato después serán encerrados en un corral hasta el próximo ordeñe.
Era función de Isabel e Isolina Carlossi, el bautizar las vacas del tambo, les ponían nombres de mujeres conocidas y actrices famosas, tales como Norma, por la locutora Norma Landi o Tita, por Tita Merello, otra se llamaba Ramona por Ramona Galarza en auge por aquellos días en que sus “litoraleñas” eran coreadas por todos los jóvenes. Los dos tranquilos y voluminosos toros también “homenajeaban” con sus nombres a dos ídolos de esa época, Amadeo y Silvio, por Amadéo Carrizo y Silvio Marzolini, arquero de River Plate y zaguero de Boca Juniors respectivamente.
Terminadas las labores de ordeñe y “refrescado” de la leche (consistente en sumergir los tachos en grandes piletones situados a la sombra de una frondosa “isleta” de paraísos). Ahí pude ver azorado como arrojaban algunos sapos para que naden en la leche, refrescándola y a la vez batiéndola, según me explicaron al notar mi curioso estupor. En medio de los balidos de los hambrientos “guachos”, mugidos de las aliviadas lecheras y bramidos de los “pesados” toros, que se disputaban algo aburridos los favores de una “vaquillona” en celo. La manada lentamente fue enfilando hacia los pastizales, mientras los terneros trataban afanosamente de aprovechar algún chorrito de leche que pudo quedar en las ubres exprimidas por las ávidas manos de los tamberos.
Atardecía cuando terminado los partidos de fútbol, todos los jugadores se arrojaron al gran tanque australiano de verdosas aguas y rojos peces, para refrescarse y quitarse la transpiración.
Genobio, tras terminar las tareas de ordeñado, ”hacer el tambo” (como acostumbra decir la gente de campo): amontonó gran cantidad de leña y encendió una fogata que muy pronto se convirtió en un “brasal” y bajo las experimentadas directivas de Higinio(cómodamente sentado); asó dos corderos que fueron gustados por los integrantes de ambos equipos,(en su mayoría jóvenes de las chacras vecinas y algunos visitantes foráneos, entre los que me contaba).
Terminada la cena, a la caída del sol se movilizo “el pachorriento patriarca”, esta vez para “abordar” a cada uno de los presentes diciéndoles: ”tenez” que “toner” cuatro “tezos tara el azado y doz tezos tor el truco”.
A mas tardar a la medianoche tras un intenso día fervorosamente aprovechado, agotados, cada cual se retiraba a su casa para descansar unas pocas horas, pera reiniciar nuevamente sus idénticas rutinas...
Carlos Lanfranco - 2004
Fotógrafo

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