Nunca había venido, era la primera vez que me visitaba. Estaba regando la huerta cuando recibí su mensaje de texto:
"¿Estás en tu casa? me llego a saludarte".
Hablamos largo rato de todo. Le pregunté por sus cosas; él, por las mías. Descubrí un ser sensible, lleno de sueños, de proyectos.
Cuando era casi la hora de la cena, se animó a sacar su celular y me dijo:
"Escuchá, lo grabé yo mismo y lo llevo a todas partes"
Su voz, cargada de emoción, empezó a sonar en el pequeño parlante del aparato. Rápidamente identifiqué lo que estaba grabado, con su ser, con su alma: era uno de mis relatos.
Conmovido por lo que escuchaba, se tiró para atrás en la silla y disfrutó de su propia voz, articulando las palabras que le daban vida al relato, en esa lectura interpretativa que desandaba cada párrafo con emoción.
Me sobrepuse a la sorpresa y procuré ligarme al clima que había generado.
No pude evitar reflexionar sobre el poder de las palabras, cuando conectan al que escribe con quiénes leen.
En un mundo cargado de vanidades, fue muy valiente para venir a halagarme de semejante manera.
Entre avergonzado y orgulloso, sólo pude decirle gracias. Fue importante para él, sublime para mí.
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