—¡Te dije que lo iba a encontrar así, mirando al cielo y en este lugar! —lanzó, dirigiéndose a su esposa, al tiempo que se abalanzaba para abrazarme cálidamente.
—¿Qué hacen aquí, a esta hora y en este lugar? —pregunté sorprendido y emocionado por verlos.
—Te cuento, pero no te rías. Además de ganas de verte en persona, ésto, es algo que venía planeando desde hace mucho. Como finalmente llegó el momento, vengo a decírtelo y ver qué cara ponés.
Intrigado, miré directamente a los bellísimos ojos de su esposa. Tal vez ellos me aclararían algo. Sabía que podía ser desde una cuestión muy seria, hasta algo sumamente banal o intrascendente. ¡Daba lo mismo! Cuando a Mariano se le ponía una cosa en la cabeza, no había nada que lo detenga. Incluso, en la plenitud de su madurez, con casi sesenta años, no había cambiado mucho desde que era un chico.
Su mujer me miró y me respondió rápidamente:
—A mi no me mire, Tío. Este testarudo no quiso decirme nada, sólo que trajéramos dos botellas de champagne.
La intriga crecía en mí y empezaba a reemplazar a la ansiedad que había sentido todo el día.
—¡Tío —me dijo—, llegaste!
Hizo una pausa y dejó que su expresión surtiera efecto.
No sé si entendía exactamente a qué se refería, por eso, le permití continuar.
—¡El cometa, vas a verlo dos veces! —agregó como quién anuncia algo trascendente y continuó—. Me dijiste que ibas a verlo sólo una vez en la vida y acá estás: listo para observarlo otra vez.
—¿Cuándo te dije eso? —pregunté, intentando no restar importancia a lo que él creía algo muy serio.
—Una vez, hace mucho, en mi casa. Yo era chico y buscábamos cómo ver a la galaxia Andrómeda en el cielo. Ahí, me hablaste del cometa Halley. Me explicaste que pasaba cada setenta y seis años y qué, como lo habías visto en el año 1986, no ibas a estar para su vuelta, hoy.
No recordaba nada de lo que me contaba. Su cabeza, llena de canas, igual que la mía, seguía siendo una caja de sorpresas.
En eso, se corrieron las nubes del cielo y automáticamente elevamos la vista.
¡Allí estaba: soberbio, majestuoso, irreal!
Sentí el mismo sentimiento religioso que experimenté en aquella ocasión, cuando tenía doce años y lo observé por primera vez. Su cola era apenas una manchita, en el cielo fulgurante de estrellas. Pero, parecía imposible que el cometa esté en ese lugar.
Cuando lo observé en 1986, había hecho pocas cuadras para llegar hasta el campo y evitar la contaminación lumínica. Villa Ascasubi era apenas un pueblito. Ahora, la densa urbanización que fagocitó a todo el entorno rural, fusionó a las antiguas poblaciones en la gran megápolis del interior provincial. Tuve que desplazarme en el "arocor" muchos kilómetros, hasta encontrar el lugar apropiado para observar el cielo con claridad. Pero, él, supo dónde localizarme.
Mariano sacó tres copas y su esposa descorchó el champagne. La película sintética que rodeaba a la botella de vidrio se había activado pocos segundos antes, enfriando al líquido espumoso a la temperatura adecuada para beberlo. Brindamos y volvimos a mirar al cielo. Una que otra estrella titilaban, queriendo robar protagonismo al rey de la noche.
—¡Aquí estás, de vuelta! —le dije al visitante sideral, como si fuera un viejo amigo. En realidad, lo era.
—Pensar que el Tío vio al cometa dos veces y el hombre aún no llegó a Marte —lanzó Mariano, reflexivo.
—Sí, pero hemos fabricado robots que se casan con las personas —retruqué con sarcasmo.
Esa noche nos quedamos observando el firmamento, al esporádico y puntual intruso, y hablando de la vida. Muchos años atrás, cuando Mariano era poco más que un niño, interesado en usar la antigua red conocida como internet para investigar la posición de los astros en el cielo, no pudimos salir al patio para observar las galaxias. Una tormenta ocultó las estrellas y lo impidió. No recuerdo que hice entonces. Tal vez me haya encerrado en mi estudio y escrito algún relato fantástico.
Si te gustó, aquí tienes otro relato cósmico escrito por mí: El juego
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